Carta a mi padre. Felicidades.

Hola papá, algún día iba a llegar este momento, como ya sabes me expreso mejor triste, a solas y frente a un papel en blanco.

Llevo tanto tiempo organizando mis ideas para explicarte mis sentimientos que al final he optado por lanzarme de cabeza a la piscina y dejar que todo fluya.

Prometo hacerlo dando todo de mi hasta exprimir mi ultima neurona, como me habéis enseñado. Siguiendo un orden de menor a mayor te contaré este cuento con final real, o sin él.

El menos comienza con mi primer recuerdo juntos, cuando aún era ingenua y risueña. No es dulce ni fácil de recordar, pero es el primero y el que más me entorpece en camino hacia la meta. Aún, después de diez años te culpo, injustamente, por haberme obligado a madurar con siete años.

Recuerdo que era un día gris lleno de sol, donde lloraba por dentro y tu acababas de llegar de uno de tus viajes. Al principio te echaba en falta. Echaba de menos un padre del que todos los niños hablaban. Echaba de menos al padre preocupado, el cariñoso, el comprensivo e incluso al gruñón. Aunque me hubiera conformado con que estuvieras. Pero no estabas, y yo reprimía mi rabia.

Entonces se mudo indefinidamente la desesperación a nuestras vidas. Como un inquilino mas, un pariente lejano que quería ser mas cercano por el interés de tener un techo donde refugiarse. Se unió a nosotros en las vacaciones del 22 de agosto de 2006. Jamás olvidaré la fecha.

La benditas vacaciones, el único momento en el que pasaba a primer plano, y te olvidabas del resto. Acabábamos de volver de Disneyland y pasábamos unos días en la cuidad de las luces. Esa misma noche, se convirtió en mi peor pesadilla durante años.

Mama, tu y yo dormíamos en la misma habitación, aquella noche yo había tenido una de mis comunes pesadillas y tu me calmaste. Cerré los ojos unos minutos que duraron horas y cuando los volví a abrir allí estaba ella. Vestida de gris, con los ojos rojos, el pero enmarañado gritando de miedo o de alegría. Eso nunca lo sabremos. Como tampoco sabrás nunca que ella me ha acompañado durante años.

Paso a segundo plano cuando vi tantas luces rojas, sangre, mucho ruido y mucha gente. El recuerdo y la desesperación me arrastraron con ojos rojos y llorosos al hospital con mamá.

Mi niña interna y la externa se asusto e hizo acopio de su único recurso: restringirse, culparse por todo y de todo. Destruyendo sin piedad su parte infantil y paso a ser una adulta a los siete años. Me separe del lastre del cariño paternal volviéndome tal y como me conoces ahora. La reina de hielo como me apodaste y sigue resistiendo once años más tarde.

Me rebele contra ti, y el mundo. Berreaba y lloraba, pero siempre por dentro cuando nadie miraba. Hice como tu, y me llevo a la perdición el querer crecer como el iceberg.

Tampoco entendía el porque me comportaba de esa manera, si lo que sentía era un miedo paralizador que se volvió rabia con el tiempo y su única preocupación fue seguir las directrices de un
               “  s e   l o   m e r e c e  ”.

Ese “se lo merece” parecía apaciguar mi tormenta interna aunque su único propósito fue atizar las cenizas.

En once años no me has dado tregua a perdonarte, porque siempre vuelves a la carga. Con exigencia, en todo lo que hacía, acompañado de su mujer comparación, con su amante expectativa de por medio. “Tienes que apuntar alto, siempre al diez. Mira donde esta tu hermana”. Te respondí elegantemente con un “mira donde estoy yo”.

Llore, me frustre y fracase. Siempre por dentro y nunca por fuera. Hasta que dejo de notarse por dentro, y se acerco sutilemente el vacío al rescate.

Me absorbiste la poca voz que tenía, y me enseñaste a mentir a lo grande. Así aprendí a dar una imagen ficticia tan falsa que al final se escapaba por cualquier poro despistado, que no atendía a ordenes y se rebelaba contra mi persona.

Y todo salió por donde no debía. Vinieron los hospitales, las normas estrictas, las luces rojas y mi silencio absoluto.

Me enseñaste a negarme a misma, como tu habías echo. Tomándote al pie de la letra la biblia, haciéndome a tu imagen y semejanza. Ingenua de mi, que cayó en la trampa.

La desesperación volvió a visitarnos, aunque en realidad nunca se había marchado. La diferencia es que esta vez me perseguía a mi, que me lance a sus brazos como si la vida me fuese en ello.

¿Ahora que? ¿Qué hacemos llegado ha este punto? Yo he movido ficha primero y te toca seguir el juego.

Tu estrategia voló todas mis defensas, y me pille a mi misma diciendo un me rindo a gritos, pero que solo alguien que sea igual o con una pasado similar entendería.

Lo hiciste, encajando todas las piezas poniendo en marcha el mecanismo del perdón mas sincero que jamás he pronunciado.

Digo que te perdono, y lo digo por escrito, que es más sincero y bonito.

Ya sabes que soy una mujer de letras, y prefiero escribir los versos mas tristes a gritarlo al viento, porque joder reconozcamos de pedir perdón da miedo.

No me ha sido fácil llegar a este punto, y ahora yo ya he puesto todas las cartas sobre la mesa así que es tu turno de por primera vez, decirme te quiero.

Ten en cuenta que esta es la carta de nuestra historia, dos perspectivas que ni tu te habías molestando en conocer y yo tampoco.

Ahora las cosas han cambiado, pero esto aún es un secreto que hueles a kilómetros pero que esta apunto de salir a la luz porque es su momento.

En los tiempos que corren no quiero a mi padre como enemigo, sino como aliado, para poder derrotar la torre de la desesperación que nunca nos ha dejado.

Y se, que tanto tu, como yo estamos cansados de verla, asique por favor haz bien la elección porque yo me he quedado indefensa, y no quiero volver a ser un iceberg.

Es tu turno de decidir como termina el juego.

Te perdono papá, me perdono papá.

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